La cereza en la torta

Colombia despenalizó el aborto hace unas semanas, generando reacciones y encontrones de todo tipo. Ya dejamos de hablar de eso, lo cual es maravilloso para empezar a conversarlo.

Empiezo por recordar que abortar será siempre una decisión emocionalmente difícil. Cada ser humano que considera o participa de esta decisión se enfrenta inexorablemente a sí mismo, a su cultura, a su religión y a su manera de comprender y valorar la vida. Despenalizar el aborto no hace mas fácil la decisión emocional de abortar, la hace más segura físicamente. No estoy segura si la despenalización implica una validación moral automática al aborto o si equivale a declarar que una sociedad está en contra de la vida. Lo que creo es que en un mundo tan conectado, tal vez estamos sobrevalorado el papel de la norma en forjar las decisiones individuales sobre lo correcto y lo incorrecto.

Lo que sí es indiscutible es que un aborto lo antecede un embarazo no buscado, no deseado o peligroso. El último es un asunto biológico y médico. Los primeros dos nos hablan de los comportamientos de la sociedad. Es cierto que algunos embarazos resultan de accidentes, descuidos, irresponsabilidades por parte de mujeres que tienen toda la información, la autonomía y el poder de decisión, pero es bastante seguro decir que no son estos casos los que mueven las estadísticas de aborto en el país. La mayoría de embarazos no buscados y no deseados, resultan de la falta de conocimiento y apropiación de hombres y mujeres de una sexualidad segura y responsable; de las barreras de acceso económicas y culturales a las diferentes formas de protección y planificación; de una cultura machista en la que el sexo y la crianza es un deber y el uso de un preservativo denota ya una traición; de una sociedad con altísimos índices de agresión y violencia contra las mujeres que normaliza el irrespeto, las tocadas, la pajas en los buses, las violaciones en los colegios, en las casas, en las fiestas entre amigos y familia; de una herencia cultural y mediática que siembra roles únicos con cochecitos, cocinitas, novelas, brillitos, sombras azules y tacones, celebrando a las mujeres prematuramente maternales o a aquellas que se «levantan» al más guapo, al más duro, al que más plata ha conseguido; de una desconexión de las mujeres consigo mismas, con sus potencialidades, con su futuro, con su esencia como seres humanos.

Es cierto despenalizar el aborto es una decisión muy dura en una sociedad que necesita con urgencia restituir el valor que le da a la vida. Es también una decisión que se enfoca en la la cereza de la torta: evitar la judicialización y el riesgo que representan las clínicas ilegales para las mujeres. Los países que combinaron la despenalización con la educación redujeron muertes e índices de aborto en el largo plazo. La verdadera tarea como sociedad es enaltecer el rol de las mujeres en la vida familiar, empresarial, política, comunitaria; esto será, en últimas, lo único que disminuirá en el largo plazo las estadísticas de aborto, de violencias, de discriminación. Esto es lo que nos hará realmente una mejor sociedad.

Esta tarea titánica es de todos: desde quienes nos sentimos agredidos y violentados al pensar en la muerte de un bebé de 24 semanas de gestación hasta quienes sentimos que no hay derecho que las mujeres, además de tantas violencias, terminen condenadas y desangradas cuando deciden o son obligadas a abortar. Las discusiones de la sociedad sobre el aborto no pueden darse en un silo abstracto que argumenta la importancia de la defensa de vida como valor fundamental de una sociedad. No pueden darse desde una «superioridad moral» de quienes no conciben posible siquiera considerar esta opción en medio de sus opciones. La conversación más fácil, por irreconciliable, es la de sí o no al aborto. Esto nos arrincona en la falsa pregunta de cuál vida vale más que otra y quién tiene el derecho a decidir. Preguntas que en realidad no tiene respuesta. El valor que como sociedad le damos a la vida está íntimamente relacionado con el valor y el lugar que de damos a las mujeres en ella. Quién crea que no tiene ninguna responsabilidad en perpetuar o transformar esta realidad, que tire la primer piedra!