En lo único en que Julia podía pensar mientras perseguía la docena de cucarachas que se habían atrincherado en el cuido de sus perras era en el odio visceral que les tenía y en la urgencia inaplazable de matarlas.
Los eventos del día le confirmaban que entre ella y las cucarachas existía una conexión kármica tan profunda que solo la muerte lograría derribar. Aun así, conservaba cierta admiración por esos bichos indeseables y aguerridos, que habían paseado entre las patas de los dinosaurios, sobrevivido a Hiroshima, y seguían ahí, fastidiándole la vida.
De pronto, la atropelló la certeza de tener huevos de cucaracha viviendo dentro de su cuerpo. Había leído sobre unos insectos, drosophila melanogaster, que al picar siembran larvas en el cuerpo de las personas; las larvas se quedan ahí, inertes, esperando pacientemente la muerte de su anfitrión, para luego cobrar vida alimentándose de la putrefacción del cuerpo ajeno. Un agudo escalofrío recorrió su cuerpo.
Buscó otra vez la escoba detrás de la puerta; ahora estaba viva y tenía que actuar. Si las malditas cucarachas conquistaban el bulto de cuido de Jacinta, Lupita y los demás, estaría perdida. Se tomarían la cocina, para seguir con el salón, el cuarto, el closet, el taller de pintura y luego entrarían por sus oídos, su boca, su vagina…
Añoró las épocas de guerra fría, cuando todavía no había recogido los cachorros de la vereda tras un despertar de maternidad tardío. Entonces veía una que otra cucaracha por ahí, muy de vez en cuando, atraídas por algún resto de pan francés y queso brie. Corría al baño por el frasco de Baygón y ellas quedaban patas arriba en un instante.
Lo que la atormentaba y la estaba volviendo loca era la certeza de saber que las cucarachas se estaban volviendo cada vez más concretas en su vida. Empezaron siendo un pensamiento, un mantra con el cual invocaba un derecho esquivo para las mujeres entonces y que ella se empeñaba en reivindicar, más por placer que por género: “de cucaracha para arriba todo es cacería”. Con esta filosofía conquistó a todos los hombres que quiso, en una época en la cual los hombres se comían a las mujeres, pero ellas se lo daban a ellos, como si fuera un dulce. De mantra pasaron a vivir en su cabeza, convenciéndola que no era suficientemente creativa para pintar y vivir de eso. Ahora que sus cuadros se venden como arroz, las cucarachas no se dan por vencidas. Dejaron su cabeza y ocuparon toda su casa.
Hace cuatro meses que a Julia se le ha convertido en obsesión exterminar las cucarachas de la casa. El cansancio empieza a notársele. Más que una obsesión, es una manía vergonzante. Lleva meses pintando cucarachas; es como si su universo creativo se hubiese desvanecido. Juan le dice con dulzura y una lágrima asomada que le gustan esos trazos, pero él solo ve la punta del iceberg.
No sabe que Julia le paga al hijo del mayordomo vecino para que traiga tantos sapos como pueda a vivir a su jardín, ni que lleva meses sin dormir. No sabe que a las cuatro de la mañana, en punto y sin falta, la atrapa un desasosiego. Que no baja por agua, como dice, sino a enfrentarse cuerpo a cuerpo a las cucarachas. Necesita ver si están, necesita patearlas con fuerza contra la pared, a ellas o a sus sombras; cazarlas antes de que se la devoren.
Este cuento es especial porque fue el primer cuento que me atreví a enviar a un concurso. Dedicado a mi amiga y artista Cata Cayón que está llena de color y domina todo tipo de cucarachas. La encuentran en Instagram @catacayon
Eres una tesa!